Un maestro de las Artes Oscuras
Alan Rickman vuelve a la pantalla personificando al siniestro Severus Snape en la última película de Harry Potter. Gabrielle Donelly está verdaderamente, locamente y profundamente encantada.
Según me dice Alan Rickman cuando nos encontramos en Beverly Hills, hay una clase especial de inglés que se puede reconocer en cualquier parte del mundo.
“En general viene de una familia de clase alta, y es el tipo de persona que no hace ninguna concesión en absoluto cuando visita un país extranjero”, reflexiona, con su famosa y expresiva voz en un tono neutral, de modo que, a menos que uno escuche con atención, no se sabe si él considera a la persona que describe como alguien bueno o alguien malo.
“Es un extraño en tierras extranjeras. Se viste de traje y corbata y usa medias aunque haga 40 grados de calor. Su actitud es ‘Yo creé un Imperio. Yo voy a lugares que nadie ha pisado antes, y digo: Ahora son míos.’” Se detiene y, por primera vez, permite que una pizca de humor salga a la luz. “Por supuesto, después va a perderlo todo... Pero, por el momento, el territorio le pertenece.”
Uno podría tentarse de pensar que sabe tanto sobre esa clase de gente porque él mismo es ese tipo de inglés. A los 63 años, ciertamente parece que así fuera, cuando uno lo ve sentado lánguidamente en este hotel colmado de celebridades, agentes y productores que patrullan el patio, con el sol aplastante arriba.
Tiene las vocales aristocráticas y graves, la mirada como aburrida del mundo, un ritmo tranquilo para hablar, y esa manera ambivalente de decir esos chistes tan secos que uno podría colocarles una aceituna dentro y servirlos agitados pero no revueltos. Pero las apariencias engañan, y si uno supone que se estaba describiendo a sí mismo, se equivoca. Alan Rickman no es de clase alta, ni tampoco finge serlo. Ni siquiera es inglés, sino mitad irlandés, mitad galés; y, aunque su fachada naturalmente taciturna —combinada, sospecho yo, con un toque de auténtica timidez — puede hacerlo parecer distante en un principio, una vez que logras que empiece a hablar, te das cuenta de que es todo menos eso.
“Los Estados Unidos me entusiasman desde la primera vez que vine”, comenta con sutileza, mientras le da unos sorbitos al reglamentario vaso de agua californiano. “Eso fue, uy, hace tantos años. Yo acababa de terminar una temporada en la Royal Shakespeare Company, era época de vacaciones, y la familia de una amiga mía de la compañía tenía una casa en Florida. Ella me dijo: “Ven a Miami, te llevaré al Hotel Fontainbleau.” Alza una ceja casi imperceptiblemente, con lo que hace surgir una atmósfera de jovial jarana como por arte de magia.
No dice si la amiga en cuestión era su compañera, también graduada de la Royal Shakespeare Company, Ruby Wax, pero él y la efervescente humorista han sido amigos inseparables desde hace casi 30 años. “Así que fui. Todo fue muy pero muy emocionante, en especial la comida, que resultaba muy interesante para un joven como era yo entonces, y lo que recuerdo que más me entusiasmó fue descubrir algo muy extraño que servían en un restaurante y que se llamaba... bolsa para el perro.” Hasta el actor frunce el ceño, divertido, al recordarlo. “No hay de esos en Inglaterra. Nosotros comemos todo dentro de un plato.” Golpea contundentemente la mesa con la mano: ahora está actuando como un estricto director de escuela. “O eso nos dicen que hagamos. Bueno, lo que pasó fue que fuimos a un restaurante y alguien pidió una bolsa para el perro, y trajeron la comida envuelta en papel aluminio, con la forma de un cisne...”. Las manos grandes y elegantes descienden con gracia y desenvuelven el cisne de papel que es tan popular en cierto tipo de restaurante estadounidense durante los desmesurados años ochenta. “Fue entonces que supe que estaba en un lugar que no era Inglaterra”. Su voz cambia de nuevo, volviéndose nostálgica y afectuosa. “Seguimos teniendo una relación estrecha, mi amiga estadounidense y yo. De hecho, su hijo es mi ahijado”.
Por supuesto, él puede hacer lo que quiera con esa voz. Es parte esencial de su sex appeal, que no crean que no es fuerte; es sustanciosa y oscura como el chocolate, con modulaciones perfectas, y aún lleva consigo un dejo de las sílabas de sus antepasados galeses. En Die Hard la usó para amenazar; en Truly, Madly, Deeply la usó para conquistar. En Robin Hood: Prince of Thieves, gruñó “cancelen la Navidad” e instantáneamente convirtió la sosa aventura de Kevin Costner en una obra maestra de la comedia de exageración.
Hoy en día, tiene toda una nueva generación de admiradores: los niños que acuden en masa a ver las películas de Harry Potter, en las que su petulante y eternamente oscuro profesor Snape por momentos los entusiasma, por momentos los aterroriza, y por momentos los hace estallar en un ataque de risitas.
“Sin embargo no me gusta mucho hablar en público sobre Harry Potter”, dice, un poco como disculpándose, “y te voy a decir por qué. Harry Potter es un mundo muy personal para los niños, es algo que ellos quieren mucho y que los toca muy de cerca, es toda una vida que ellos viven dentro de su cabeza. Y me gustaría que siguiera siendo así. A veces me encuentro con algunos niños a quienes les dicen ‘Ese es ÉL’. Yo les veo las caras y me doy cuenta de que este mundo de Harry Potter está oscilando en algún lugar entre la imaginación y la realidad, y no creo que eso esté bien. Es como decirles que Santa Claus no existe.”
“Creo que hoy en día se explican demasiadas cosas. Todo se explica y se examina y se habla, y yo siento que en lo que respecta a Harry Potter, es mejor dejar que la cosa siga como está, que se mantenga la inocencia. Que los niños la conserven mientras puedan.”
Alan Sydney Patrick Rickman nació en Londres en 1946 y creció en un complejo de viviendas subvencionadas en Acton. Fue el segundo de los cuatro hijos de Bernard Rickman, un obrero de fábrica irlandés y católico, que murió cuando Alan tenía ocho años, y su esposa Margaret, una galesa metodista. Aunque durante su niñez no le sobraba el dinero para hacer excursiones al teatro, dice que quiso ser actor desde los ocho años. “Es simplemente una obsesión”, dice ahora, con un toque de desesperación. “Si la tienes, sabes que debes hacerlo. Es una especie de enfermedad mental, la verdad”.
Siendo un chico inteligente, se ganó una beca para estudiar en la Latymer Upper School en Hammersmith, donde, casualmente, el director era el tío de Ian McKellen, y donde encontró, para su deleite, un programa de estudios repleto de artes en general y de artes escénicas en particular. “Los profesores eran todos unos locos del teatro, y en las producciones de fin de año todos teníamos que pelear para tener los mejores papeles. Fue muy bueno haber concurrido a esa escuela, era un mundo maravilloso. ¿Sabes cómo se siente uno cuando de repente se da cuenta de que está en el lugar correcto? Bueno, eso fue lo que yo sentí allí”.
Luego de una breve incursión en el diseño gráfico en la Chelsea Arts School, que según él le resultó muy útil al momento de cumplir la función de director, asistió a RADA, de 1972 a 1974, donde ganó la Bancroft Gold Medal al estudiante más prometedor de su año. Después de eso, pagó el derecho de piso actuando en Lock Up Your Daughters (“Encierren a sus hijas”) en Manchester, Sherlock Holmes en Birmingham y Dick Whittington en Bristol, antes de ganarse un lugar en la Royal Shakespeare Company en 1985.
Su primer papel importante en el cine fue en la película Die Hard en 1988, pero fue Truly, Madly, Deeply (1990) la que lo hizo famoso como actor de la pantalla grande. La enternecedora historia de amor sobrenatural estuvo coprotagonizada por su amiga Juliet Stevenson y también fue la ópera prima de un joven director llamado Anthony Minghella.
“Recuerdo el primer día en el set de filmación”, cuenta, hablando del hombre que sería su amigo hasta el día en que murió trágicamente, el año pasado, a los 54 años. “Era su primera película y nos hizo reunir a todos, actores, equipo, todo el mundo; entonces nos miró a todos y dijo: ‘Sólo tengo una palabra que decirles... AUXILIO.’ Inolvidable. Es increíble lo que le pasó, ¿sabes?”
“Supongo que de verdad sucedió, porque estuve en
la ceremonia que hicieron en Londres y en otra que se hizo en la Isla de Wight, y se hizo un documental sobre él, y a algunos nos entrevistaron. Supongo que uno podría tratar de encontrarle el sentido pensando que vivió muy bien su vida y que era tremendamente generoso con la gente. Pero aún resulta difícil creerlo.”
Él mismo no es poco generoso. Durante muchos años ha sido miembro del consejo directivo de RADA, con el que visita a los estudiantes de cuando en cuando para otorgarles el beneficio de sus años de experiencia. “Puedo hablarles con la sabiduría de la experiencia. Les hablo sobre la competitividad de la profesión, y les digo que no permitan que esa competitividad les obstruya el camino. Les digo: ‘Cada uno de ustedes va a tener una carrera completamente distinta de la de los demás, así que traten de meterse eso en la cabeza, traten de no mirar a los costados a ver qué están haciendo los otros; concéntrense en su propio proceso’”.
“También les hablo sobre su salud, y les recuerdo que van a necesitar resistencia para hacer esto; no es poético, pero es cierto. Les cuento lo rápido que pasa todo, les digo que la transición entre ser un estudiante y estar donde yo estoy ahora después de tantos años pasa así...”. Chasquea los dedos, y luego sonríe, con algo de cansancio. “Por supuesto, no se toman nada de eso en serio, pero de todos modos yo se los digo”.
Su vida privada es un tema que protege con fiereza. Hace 35 años que está con Rima Horton, una profesora universitaria de Economía que conoció en la Chelsea Arts College, y la pareja ha dejado en claro que su vida debajo del escenario no es asunto de nadie más que de ellos dos.
“Te diré esto:”, me dijo en un raro momento de descuido, “ella es una mujer de una inteligencia temible, es mucho más inteligente que yo. No me parece que sea algo para asustarse, en realidad es una gran ventaja. Pero también ella tiene algo más, algo que nos iguala a todos, que es un sentido del humor fantástico. La inteligencia puede llegar a ser una carga, y es necesario poder relajarse y reír también; por suerte, ella es muy buena en eso”.
No tienen hijos, y les gusta retirarse a su casita de Italia, donde él afirma rotundamente que se alejan lo más posible de la comunidad inglesa. Cuando están en Londres, en casa, se mantienen ocupados con “los amigos, la familia, mantenerse informado, la política, lo que pasa en el mundo, esas cosas. Nos gusta salir a cenar con amigos; es algo especial, salir a comer y beber vino con amigos”.
“No soy un experto en vinos, pero me gusta beber una copa de vez en cuando, generalmente vino tinto, y en general bebo el vino del lugar donde estoy comiendo porque va mejor con la comida. Entonces, en Italia, tomo vino italiano, pero si voy a un restaurante libanés, tomo vino libanés”.
¿Vino libanés, eh?
“¿Nunca lo probaste? Tienes que hacerlo. Es realmente muy bueno. Mmm”.
Hace girar una bocanada imaginaria dentro del paladar y chasquea los labios como saboreándolo. “Fantástico”, anuncia felizmente.
Imagino que hay muchas formas peores de pasar una noche que compartiendo una cena libanesa con Alan, Rima y una botella de vino.
Última edición por Akane Zeen el Mar Nov 10, 2009 8:57 pm, editado 1 vez